La más reciente encuesta Ipsos reveló que Chile está en el primer lugar de los países a los que más preocupación le causa el crimen y la violencia. Estos temas, sin duda, preocupan a los adultos, especialmente por la sobreexposición a este tipo de noticias, pero ¿qué pasa cuando las niñas y niños se enfrentan a este tipo de informaciones o captan la intranquilidad de los adultos?
La psicóloga Marcela Cuevas, docente del Diplomado en Psicoterapia Sistémico Narrativa Infanto-Juvenil de la Universidad de Chile, explica que “los niños y las niñas, desde siempre, desde bebé, son sensibles a su entorno, son sensibles a su ambiente, captan todo. O sea, si hay una experiencia de miedo, de violencia, alguna experiencia traumática que han vivido en sus hogares, en sus familias, sus papás, sus mamás sus hermanos, ellos desde muy pequeñitos captan como la sensación del miedo, la sensación del terror”.
“Yo atiendo pacientes que temen por la vida de sus madres y sus padres, y muchas veces tienen sintomatología de miedo por ese temor a que les pase algo a ellos, a su familia. Entonces, es algo que sin duda les afecta mucho y lo perciben todo el tiempo”, detalla la también coordinadora del equipo Infanto-Juvenil del Centro de Psicología Aplicada (CAPS) de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile.
Afirma, además, que “por más que los adultos quieran evitárselo a los hijos e hijas, ellos lo perciben todo el tiempo, en el ambiente. Entonces, es inevitable que ellos estén en contacto con esa realidad. Muchas veces los adultos piensan que hablando bajito están evitándole estar en contacto con esa experiencia, pero ellos están todo el tiempo atentos, con la oreja parada escuchando, porque es una realidad muy sensible, una realidad que le genera miedo, que le genera inseguridad”.
En caso de tener que enfrentarse a una situación compleja, como lo ocurrido hace unas semanas por la suspensión de clases debido a un funeral de alto riesgo, la especialista recomienda “hacer el esfuerzo por explicarles en un lenguaje más ad hoc a un niño y a una niña. No tienen que omitir la información o transformarla en un tabú, ni tampoco tienen que dar sobre información, cosas que los niños no puedan manejar, asumiendo que pueden entender más de lo que en realidad pueden entender. Entonces, no hay que darles tanta información ni tanto detalle, hay que darle información de un modo que un niño de distintas edades pueda ir elaborando, entendiendo, de manera que le genere tranquilidad, que le dé calma, que le dé seguridad, por más inseguro que es, en el fondo, el evento”.
“Lo más importante es que se sientan seguros”
El psiquiatra infantil e investigador del Núcleo Milenio Imhay de la Universidad de Chile, Juan Pablo del Río, asegura que “cualquier elemento que cambie un poco la rutina, la normalidad de las cosas, puede ser algo estresante para los niños y niñas, especialmente elementos que se asocian a violencia o a factores que pueden desencadenar miedo en ellos, son más estresantes aún”. La primera duda que le puede surgir al niño, agrega, es si está seguro, «y eso yo diría que es el primer factor más importante, cómo damos la posibilidad de que los niños y las niñas se sientan seguros. Ahí el rol que pueden jugar los cuidadores, los profesores, es fundamental, de asegurar que ellos se sientan en un entorno protegido”.
El doctor Del Río plantea que en niños mayores de 10 años es más fácil la manifestación de las emociones por el manejo de lenguaje que existe, pero en niños de 5 o 6 años, “el lenguaje se está desarrollando fuertemente, pero todavía no está todo el vocabulario que se necesita. Entonces, la expresión de la emoción va a ser muy distinta y también sabemos que las crisis de pánico, como las conocemos los adultos, estos síntomas respiratorios, esta sensación de muerte inminente, esta agitación, tampoco la vamos a ver en los más chiquititos bajo 10 a 12 años”.
En estos casos, asegura el especialista, “una de las primeras cosas que se ven es lo que se llama conducta regresiva, o sea que niños y niñas que ya hayan alcanzado ciertos hitos del desarrollo vuelvan hacia atrás. Dentro de las más clásicas, están chicos que ya estaban durmiendo solos en su pieza, que se habían cambiado de cama, pero expresan en el deseo de volver a dormir con los papás”.
Si estos episodios que aumentan la angustia y el estrés ocurren en los colegios, “otra posibilidad es también que empiecen a expresar miedo a ir al colegio, justamente, o al retomar la rutina, y podría llegar al extremo de lo que se llama una fobia escolar, que es que el chico sencillamente no quiera ir al colegio porque no se siente seguro, aunque no lo exprese. Él puede decir que no quiere ir al colegio ‘porque me duele la guatita’ o ‘no quiero ir al colegio porque me duele la cabeza’, sin embargo, esas pueden ser señales de que se siente inseguro, de que está preocupado, solo que no tienen lenguaje como tal”. Lo otro que puede ocurrir, añade, «y que podrían estar dentro de las conductas regresivas, es que haya enuresis, que se orinen en la noche o que se orinen durante el día”.
El investigador del Núcleo Milenio Imhay detalla que estos síntomas de inseguridad también pueden repetirse en un menor que, por ejemplo, sufre bullying en el colegio, y agrega que también pueden mostrar irritabilidad, volverse más reactivos ante algunas situaciones.
Del Río recomienda que “hay que atreverse a hablar con los hijos de las emociones. Muchas veces nos preguntan cómo le explico a mi hijo lo que está pasando sin tampoco sobre reaccionar, y ahí es clave hablar de las emociones y también que los papás y las mamás se atrevan a decirlo: ‘¿sabes qué? estos ruidos a mí también me asustan, pero aquí en la casa vamos a estar bien’. En el fondo, yo me atrevo a abrir mi emoción y después, inmediatamente, doy un mensaje reafirmador”.
Aclara, por último, que “en la consulta al especialista no necesariamente le van a dar un remedio, sino más bien tener la idea de que puede ser algo de precaución o para que otro me ayude a observar ante la duda. ¿Cuándo uno sí debiese consultar, de todas maneras? Lo que nosotros llamamos el criterio de funcionalidad, cuando la persona deja de vivir su día a día pese a las medidas que el adulto tome”.