Marcelo Trivelli
Fundación Semilla
Conversando hoy con una abuela quien ha observado la educación durante los últimos 60 años, primero como alumna, después como madre y ahora como abuela, me decía que lo que se mantiene inalterado es la definición de un buen estudiante: tranquilo, obediente, ordenado y que no hace preguntas difíciles en la sala de clases. Si aprende y le va bien en las pruebas y exámenes, mucho mejor; si no aprende, no importa.
Es por esta manera de evaluar a niñas, niños y jóvenes que la educación está estancada. El rol de profesoras y profesores sigue siendo el mismo desde hace más de un siglo: un adulto que tiene (o debiera tener) el conocimiento y lo transmite de una manera aburrida a sus estudiantes. Si bien la declaración de intenciones es desarrollar un pensamiento crítico en el estudiantado, no se les enseña a hacer preguntas y, peor aún, incomodan cuando son muy curiosos y preguntones.
La introducción de tecnologías de información (TI) en el aula aún está al debe, están muy subutilizadas debido a que su uso es sólo para reforzar el paradigma educativo al que hacíamos mención más arriba.
Todo el potencial de las TI se mira con desconfianza cuando amenaza el statu quo y presiona al sistema para salir de la zona de confort. Es más fácil criticar la irrupción de nuevas tecnologías, ver toda suerte de amenazas al desarrollo cognitivo y emocional de niñas, niños y jóvenes. Me viene a la memoria la época que yo asistí a la universidad cuando mis profesores en ingeniería decían que utilizar una calculadora electrónica nos iba a dejar tontos.
Hoy el foco está en la inteligencia artificial (IA) y ha pasado a ser el villano de las TI.
Es cierto lo que dicen los críticos de la IA que esta comete errores porque recoge información de internet, donde no todo lo publicado es cierto o correcto; también apuntan a que las y los estudiantes no aprenden cuando buscan las respuestas en la IA transformándose en meros copiadores. Estos son argumentos válidos sólo cuando se mira la IA a la luz del actual modelo educacional en que docentes formulan las preguntas y estudiantes vuelven con las respuestas.
El acceso masivo a las aplicaciones de IA tendrá un efecto incontrarrestable en la educación al igual como lo fueron las calculadoras electrónicas y los computadores hace 50 años atrás. Obligará a los equipos docentes a desarrollar el pensamiento crítico en su alumnado y enseñar a formular preguntas inteligentes y bien estructuradas para obtener respuestas de igual calidad. En caso contrario, como dice el dicho popular, a pregunta estúpida, respuesta aún más estúpida.
El proceso de cambio deberá, también, cambiar el foco de los incentivos pedagógicos. Además de aprender a hacer preguntas será necesario incentivar a que niñas, niños y jóvenes se atrevan a realizarlas en la sala de clases y a que las y los adultos vayan internalizando la realidad de que no son poseedores de todo el conocimiento y así, en conjunto con sus estudiantes buscarán las respuestas constituyéndose en un eficiente método de aprendizaje.