Juan Pablo Paredes P., académico de la Facultad de Ciencias Sociales y Económicas e investigador del Centro de Estudios Urbano Territoriales (CEUT) de la Universidad Católica del Maule.
El viernes recién pasado murió en París, a los 97 años, el reconocido sociólogo francés Alain Touraine. Aunque de raíz europea y con una producción de alcance global, fue muy cercano a América Latina, y a Chile en particular. Casado con la chilena Adriana Arenas, se radica en el país en 1956, para investigar la actividad minera en Lota. Por esos años funda en la Universidad de Chile, el Centro de Estudios para la Sociología del Trabajo, con un foco en los procesos de industrialización del país como en sus alcances para la acción de la clase obrera.
Posteriormente, regresa a Francia, sin perder contacto con el país y la región. Al contrario, se intensifica su vínculo tanto en la institucionalización de la disciplina en Latinoamérica como en su compromiso con la vida democrática frente a las dictaduras de la región, donde Chile nuevamente es foco privilegiado de su presencia.
En el intertanto en Francia, en la École des Hautes Études en Sciences Sociales, funda el Centro de Estudios de los Movimientos Sociales, dando las primeras luces de la mutación de su pensamiento en relación a la nueva sociedad que se perfilaba a inicios de los años 60, la Sociedad Postinsdustrial. Luego funda un segundo centro de investigación, el afamado CADIS- Centro de Análisis e Intervención Sociológica-, espacio en que se formaron intelectuales europeos de la talla de M. Wievorka, F. Dubet, G. Pleyers, por mencionar algunos nombres, y latinoamericanas/os como Ruth Cardoso, María Luisa Tarrés, Fernando Calderón y Fernando Henrique Cardoso. Entre los chilenos están Manuel Antonio Garretón y Eugenio Tironi.
Sin embargo, su legado va más allá del conjunto de pensadores y pensadoras formadas o de los grupos y centros de investigación fundados. Son sus ideas, propuestas y formas de trabajo, las que al día de hoy se siguen replicando, discutiendo y desarrollando en variados lugares del globo.
Permítanme destacar solo tres de ellas. En primer lugar, su perspicaz propuesta de situar al centro de la vida social al conflicto social, junto a la capacidad creativa de los actores sociales para producir a la Sociedad, mediante su acción, y no solo reproducirla. En segundo lugar, su incisivo análisis socio-histórico de la Sociedad Postindustrial, en la que define el conflicto en torno a la orientación política, económica y cultural de la Sociedad, lo que llamó historicidad, e identifica un nuevo actor social: los movimientos sociales, desplazando al conflicto de clase. En tercer lugar, su adelantada propuesta metodológica denominada “intervención sociológica”, que implicó un dispositivo dialógico entre diferentes actores implicados en un conflicto social, anticipando varias opciones metodológicas dialógicas y horizontales actuales.
Este arsenal de recursos analíticos, sociohistóricos y metodológicos, se complementaron con un compromiso irrestricto con la vida democrática, tanto en su fundamento igualitario y de libertad humana, frente a la lógica de la economía financiera. Frente a esto último, apeló a la libertad del sujeto y sus formas de subjetivación, como promotoras de una consciencia moral individual y colectiva que les permita volver a ser actores de una sociedad democrática.
Con el actual avance de un discurso del miedo en el país y un proceso de cambio constitucional incierto, en este mes de la participación viene bien volver a la obra de Alain Touraine, por su compromiso con los derechos sociales y la vida democrática, donde la participación y compromiso de la ciudadanía es fundamental.
“Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente el pensamiento de la Universidad Católica del Maule”.