La proclividad y frecuencia de desastres naturales en nuestro país vuelve fundamental que nos preparemos para las emergencias y no preocuparnos en medio de ellas. Así lo plantean los académicos de la Universidad de Chile Natalia Silva, María Victoria Soto, Roberto Rondanelli y Pablo Sarricolea, quienes recuerdan que los fenómenos climáticos serán cada vez más extremos debido al calentamiento global y que, por lo tanto, no basta con pensar, diseñar y prever en función de eventos históricos.
El pasado fin de semana,Chile se enfrentó a un sistema frontal que dejó, en algunas zonas del país, hasta 600 milímetros de agua caída, el desborde de ríos, el colapso de zonas agrícolas e inundaciones que dejaron a miles de personas damnificadas. Sobre este evento, el académico del Departamento de Geofísica de la U. de Chile e investigador del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2, Roberto Rondanelli, explica que, en un año de El Niño declarado, “los sistemas son más intensos y duran más y, en particular, los ríos atmosféricos también son de mayor duración y de mayor intensidad”.
Pero ¿se puede prever la magnitud de un sistema frontal como el que acaba de ocurrir? Al respecto, el experto en ciencia del clima destaca que, “a diferencia de lo que pasa en sismología, en que se sabe que va a ocurrir un terremoto, pero no se sabe cuándo ni tampoco la magnitud, en este caso, las herramientas científicas de pronóstico del tiempo han mejorado mucho y se puede conocer con varios días de antelación la temperatura y la magnitud incluso de la precipitación”.
Prevención de catástrofes y desastres
En relación a las consecuencias de este evento climático, el profesor Rondanelli sostiene que “la prevención de las catástrofes requiere de la imaginación de los escenarios, escenarios que son posibles dentro de lo que uno cree que puede ocurrir en el próximo tiempo y, a partir de esos escenarios, diseñar nuevas maneras de enfrentar posibles fenómenos que no hemos visto ni con la magnitud ni con la escala de lo que conocemos. Es decir, no basta con diseñar, por ejemplo, las obras de ingeniería haciendo uso de la historia, porque el futuro nos va a probar que, en realidad, hay fenómenos cuya magnitud y frecuencia van a aumentar fuera de lo que nosotros conocemos históricamente. Y eso, en un país como Chile, tan proclive a los desastres naturales, debiera hacernos reflexionar sobre la necesidad de prepararnos de manera, entre comillas, contracíclicas”.
En esta línea, la académica de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo (FAU) e integrante del Programa de Reducción de Riesgos y Desastres, CITRID, de la Universidad de Chile, Natalia Silva, plantea que “lo que efectivamente tenemos que trabajar es seguir avanzando en estrategias mancomunadas para reducir el riesgo de desastres (…) Riesgo siempre vamos a tener, por nuestro territorio, nuestras condiciones climáticas, nuestras condiciones geofísicas. Tenemos una gran diversidad de amenazas, por lo tanto, es difícil que podamos no tener riesgo. Entonces, evitar catástrofes de alguna manera es difícil, pero sí efectivamente podemos evitar que un riesgo se transforme en un desastre o en una catástrofe, y eso tiene que ver con tratar de reducir los daños y las pérdidas producto de estos eventos”.
Mitigación de las emergencias
Natalia Silva, quien es especialista en gestión de riesgos de desastres, señala que “es importante que Chile avance en una medición cualitativa y también cuantitativa de pérdidas y daños. Ello nos va a ayudar también a poder construir las líneas base y poder, efectivamente, medir progreso a través de nuestras iniciativas, de nuestros programas, proyectos y planificación en reducción de riesgo de desastres”.
“Claramente, también es importante avanzar en los procesos de planificación, pero no caer en una falsa sensación de seguridad, debido a que tenemos planes para la reducción de riesgo de desastres o planes para emergencia, lo cual evidentemente es muy positivo y para allá tenemos que avanzar dada las obligaciones legales de la nueva ley 21.364. No obstante, no todo se supera con la mera planificación”, asegura la profesora Silva, quien ejemplifica lo ocurrido el pasado fin de semana en Licantén, que, pese a ser la primera comuna en el país con un plan de reducción de riesgo de desastres, fue una de las comunas del sur del país más afectadas por las inundaciones causadas por el desborde de ríos.
“Para avanzar en la reducción de riesgo de desastres y en la gestión de riesgo de desastres no es suficiente solamente planificar. La idea es poder avanzar en una planificación del territorio que considere riesgo y, por supuesto, también aunar con instrumentos de inversión y de planificación territorial”, indica. Detalla, asimismo, que es necesario “mejorar los sistemas de alerta temprana, que ojalá también puedan ser más locales. Poder permitir autonomía, con capacitación y formación de por medio, pero también en los sistemas más locales, no solo que sean centralizados los sistemas de alerta temprana y de evacuación”.
¿Faltó preparación o faltó educación?
Sobre lo ocurrido, Pablo Sarricolea, investigador del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2 de la U. de Chile y también académico de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, explica que “estamos hablando de un evento que no es tan frecuente en cordillera. En los valles llovió más o menos normal, pero en cordillera llovió mucho producto de este río atmosférico, entonces no estábamos preparados lo suficiente para un evento de esta escala. Nos faltó preparación sobre todo en limpieza de ríos, quebradas, en preparar también a la población”.
En ese sentido, el académico señala que “es necesario educar a la población en practicar el autocuidado. O sea, si no están anunciando unas lluvias importantes, hay que limpiar las canaletas de las viviendas, un poco de protección del área más cercana a la vivienda. Hay que estar preparados, dejar ciertas actividades al exterior un poco más restringidas».
Por su parte, la académica del Departamento de Geografía de la FAU y especialista en gestión de riesgos de desastres, María Victoria Soto, agrega que, además, la megasequía llevó a que se creyera que muchos ríos en la zona centro y sur “no se llenaban, lo cual es absolutamente falso porque El Niño del año 82, 83, 87 y 97, los respectivos lechos fluviales, fueron activados en todo su cauce, generando erosión lateral y retroceso de las terrazas y perdida del recurso suelo, como también inundaciones por desbordes”.
“Dicho lo anterior, es complejo establecer si estábamos preparados”, indica. Sostiene, asimismo, que “la debilidad en término de la gobernanza de los territorios, de la gobernanza de las cuencas, de la gobernanza de los lechos de los ríos, en donde se permitió el uso de territorios, de lechos de ríos, para asentamientos formales e informales, sin duda que fue un enorme agente de desastre que trasciende a lo que son los fenómenos naturales”.
La profesora María Victoria Soto señala que “como ciudadanos ya aprendimos a vivir en un país sísmico, debemos aprender también reconocer el territorio y aprender que vivimos en un país de montaña, de cuencas y valles que tributan al Ocáano Pacífico».
“Segundo, los ríos, canales, quebradas, tienen que ser mantenidas, tienen que ser delimitadas, tienen que ser cuidadas en términos que no se pueden convertir, primero que todo, en áreas de uso para la residencia. Luego, no se pueden convertir en áreas de microbasurales. Y tercero, no se pueden rellenar para hacer construcciones o lo que sea, pues, cuando venga una crecida, el río, la quebrada, el estero, el curso de agua que sea, va a retomar el cauce natural que se formó hace miles y millones de años y va a arrastrar todo lo que ahí tenemos”, sentencia María Victoria Soto.