Dr. Javier Agüero, del Departamento de Filosofía UCM sobre el proceso constituyente.
En entrevista, el filósofo y académico de la Universidad Católica del Maule nos comparte su análisis sobre el actual momento que vive el proceso constituyente y detalla cuáles son los grandes perdedores y ganadores de la pasada elección de constituyentes. “El voto nulo es un topo ciego, hasta ahora, que expresa no solo un malestar sino el espíritu de octubre”, comentó.
- ¿Qué te parecen los bordes propuestos por los expertos desde donde parte el trabajo constituyente?
La idea de “bordes” o “bases” fueron, más bien, la instalación de “límites” puestos ahí por las fuerzas políticas con representación parlamentaria. Es decir, como una forma de blindaje de cara a potenciales “rebeliones” dentro de la Comisión de Expertos/as y, después, para gestionar cualquier “fuga reaccionaria” al interior del Consejo Constituyente. Frente a la posibilidad de que se repitan los problemas que tuvo la Asamblea en la que –y aquí todos y todas los que nos sentimos parte del impulso octubrista tenemos algo de responsabilidad– no fuimos capaces de llevar la disputa de las convicciones al plano político del enfrentamiento de ideas; de entrar en el desacuerdo y más bien lo que vimos fue un atrincherarse en posiciones que se restaron de ingresar a la discusión densa, intensa y con sentido estratégico (entregándole por entero esta facultad a los sectores conservadores que, en su pragmatismo tradicional, simplemente fueron fieles a sí mismos), el actual proceso delimita, sesga, evidencia márgenes y evita cualquier desplazamiento que perturbe el protocolo de esta instancia. Pasamos de constatar con claridad las posiciones en la AC (por extremas que hayan sido) a la neutralización radical de cualquier forma antagónica al procedimiento. En esta línea creo que el proceso actual busca invisibilizar la disidencia y monitorear los discursos que puedan parecer laterales al formato establecido. Las bases no son otra cosa que un artefacto lexical –letra impresa a modo de advertencia–, un traje hecho a la medida para y por la clase política y, en ningún caso, la expresión de una ciudadanía deliberante que como ya sabemos fue expulsada de toda esta historia desde el inicio. - ¿Te sorprendió el rotundo resultado del partido republicano el pasado domingo?
La verdad es que estaba claro lo que iba a pasar. Quizás nunca pensamos que iban a sacar 23 consejeros/as (casi el 50%), pero –considerando el entramado cultural y sociológico que se ha venido urdiendo después de octubre–, los resultados son coherentes. A mi modo de ver hay dos razones, una estructural y otra fáctica. La estructural tiene que ver con el cómo las derechas lograron transformar el ideario octubrista, entendido éste como una suerte de fisura revolucionaria y popular que estremeció la sociedad chilena a todo orden, en plataforma de despegue para la Restauración Conservadora y el triunfo del paradigma de la seguridad. Y digo “Restauración” en el sentido de volver a instalar; re-componer lo que se había perdido transitoriamente a propósito del Estallido Social. La gestión y usura de octubre por parte de la franja conservadora favoreció entonces la generación de un imaginario que, flameando la bandera de la violencia que encontró en los medios de comunicación típicos a su socio más leal, trajo de vuelta lo que ha sido la historia de Chile entera, es decir el orden oligárquico. Este itinerario fue y es muy impresionante.
En lo que señalaba como la razón fáctica que explicaría el triunfo de la extrema derecha, se dio el escenario perfecto. Vimos emerger situaciones complejas en el norte con el fenómeno migrante, en el centro con la delincuencia y el auge del narco y, en el sur, con el conflicto mapuche. Estos tres “fenómenos”, traducidos en lenguaje conservador, se agruparon en torno a un solo gran concepto: violencia. Pero no una cualquiera sino una apocalíptica en la que Chile prácticamente se desmoronaba. Esta fuerza del relato conservador permitió entonces la colonización de una suerte de subjetividad colectiva que terminó por rendirse de cara a la “fuerza de los hechos” sin darse el tiempo para evaluar quién estaba tras la articulación de esta “hiperrealidad”, por citar al filósofo Jean Baudrillard. Entonces no, no me sorprende el triunfo de los republicanos. - ¿Cuál es tu expectativa sobre el texto que finalmente se votará en diciembre?
Más que expectativas, que nos las tengo en relación al proceso, constato que hay dos opciones. La primera es que se derechice aún más la Constitución que existe, ergo, la sociedad en su conjunto o, en el “mejor” de los casos, que se mantenga la de Pinochet. Es durísimo evidenciar esto, pero no hay más, es un win-win para los republicanos que tienen el antídoto para frenar cualquier reforma devenida de los sectores –no diré progresistas– no completamente conservadores.
Ahora, esta concesión no se hizo en esta elección, sino que se favoreció a partir de todo el proceso que hemos descrito. Desde la transformación de la grieta octubrista –que pasó por una suerte de alquimia– en nutriente para la Restauración y el triunfo rampante del paradigma de la seguridad traducido en imaginario y leyes expess pro-represivas, la cartografía de esta derrota ya estaba dibujada. Sumamos a esto un gobierno (que apoyé sin dudarlo en primera y en segunda vuelta) que nunca fue capaz de recuperar el relato y que concedió y permutó todo lo que la derecha le exigió. Pues bueno, tenemos al día de hoy un resultado que no es más que la corona, las guirnaldas de un país que corea hace rato la opereta bufa la derecha extrema. Eso sí, hay una esperanza, y esa está en la fuerza aún sin rostro del voto nulo. - ¿A qué atribuyes el alto porcentaje de nulos que se expresó en la votación de constituyentes? ¿Influyó que el voto fuera obligatorio en Chile?
No comparto la palabra “malestar” que se ocupa regularmente. Si bien Freud, en El malestar en la cultura, la utilizó para pensar la condición reprimida de las sociedades contemporáneas a propósito de la desactivación de las pulsiones en favor de la cultura, creo que no es la palabra justa para favorecer una reflexión de lo que pasa en Chile. Malestar me parece algo que resuena a momentáneo, transitivo, a un “malestar estomacal”, por ejemplo. Me gusta más el “topo” de Marx; ese animal que discurre bajo tierra, ciego, sin salir a la superficie pero que, de repente, irrumpe y sacude el espacio que lo rodea. El voto nulo es un topo ciego, hasta ahora, que expresa no solo un malestar sino el espíritu de octubre. Lo “nulo” no es nada ni es margen radical; no es un cronopio, sino que muestra una fuerza aún no codificada, pero que sabemos que existe, y a la cual –y este es el desafío– es necesario ponerle un rostro, una orgánica; transliterar su fuerza aún espectral en una apuesta política en serio, reivindicativa y que pueda, tanto como sea posible, disputarle la batalla cultural a las derechas. Esto es difícil, pero hay que intentarlo. Porque ya sabemos que el gobierno no lo hizo ni lo hará. Se trataría, solo por aventurar un nombre, de una izquierda más allá de la izquierda.
Esto no significa una “extrema izquierda” en el sentido común de esta expresión (no hablamos ni de guerrillas armadas ni de carrizales bajos), sino de la búsqueda por un nuevo soporte conceptual y orgánico que permita discurrir en los asuntos públicos y entrar en el debate de la contingencia para influir determinantemente en ella. No son pocas ni pocos los que estamos en ésta y pienso, sinceramente, que es ahí donde tenemos que reagruparnos las organizaciones de base, sociales, divergencias venidas de todos los puntos cardinales, intelectuales, en fin. El “nulo” puede ser todo eso. El nulo no es nulo, es potencia política que espera por ser identificada y tensionar el orden oligárquico neoliberal que hoy nos gobierna. Esto es el voto nulo, nada menos. - ¿Quién o quiénes son los grandes perdedores en este proceso?
Perdió la derecha tradicional (par conceptual raro porque ¿cuándo la derecha no ha sido tradicional?) frente a la derecha de Kast y está obligada ahora, si quiere verse reflejada en el artefacto que salgo del Consejo, a seguir la guaripola de los republicanos. Pierden, a nivel casi de extinción, partidos históricos como la DC y el Partido Radical (fuerzas paquidérmicas que animaron toda la política chilena del siglo XX siendo actores en primera línea y que, ahora, ven cómo se biodegradan y se evaporan del mapa de poder). Pierde el gobierno, nuevamente y en forma ratificatoria, que nunca estuvo a la altura de la política en el sentido del disenso y la confrontación de idearios. Gana el PC, de alguna extraña manera con sus dos representantes electos y, por supuesto, la vedette de la noche, republicanos que arrasó.
Pero también gana la fuerza social que habita en lo “nulo”, en ese voto que es latencia y potencia, no simple desidia. Ahí está, insisto, ahí está, los que nos consideramos opositores a lo que este proceso de una democracia sin pueblo ha significado, el verdadero sentido democrático y la posibilidad de radicalizar a la democracia misma para reponer la tensión y evaluar, si es posible, disputarle a la derecha conservadora-neoliberal y melancólica de la Dictadura, algo así como el relato.
“Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente el pensamiento de la Universidad Católica del Maule”.