Indudablemente el Acuerdo de París supone un antes y un después para la acción global ante el cambio climático, ya que previo a la materialización de este compromiso, en diciembre de 2015, los esfuerzos ejecutados para disminuir la emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera eran considerados más bien altruistas.
Así, este tratado vino a establecer un marco regulatorio capaz de movilizar a los estados a adoptar medidas con carácter vinculante en la lucha por limitar el incremento de las temperaturas del planeta por sobre los 2 grados Celsius en este siglo. En el caso chileno, por ejemplo, la meta es avanzar hacia la carbono neutralidad antes de 2050.
Antes del Acuerdo de París no existían implicaciones tangibles de los países –tampoco del sector productivo– para implementar acciones realmente decisivas en esta causa. El documento liderado por Naciones Unidas no solo modificó esta percepción, sino también motivó la adopción de una nueva consciencia, a todo nivel, acerca de la magnitud del desafío.
En línea con las alertas de la comunidad científica –desde los múltiples ámbitos de su quehacer–, es la actividad humana la principal fuente de emisiones de CO2 a través de la quema de combustibles fósiles, la deforestación, la ganadería y la agricultura, entre otras.
Sin embargo, no es suficiente. Por sí solos, los compromisos suscritos por los países están lejos de resolver la emergencia climática. Por el contrario, es urgente triplicar los esfuerzos y adoptar decisiones de gran escala para un marco global que derive en transformaciones realmente decisivas en la mitigación de los efectos del calentamiento global.
En ese reto, el uso de energías limpias debe ser prioritario. De hecho, El desarrollo tecnológico de la actualidad nos permite apostar por alternativas como las matrices eólica, solar o geotérmica, que son adaptables a las características geográficas de cada territorio. La protección de los ecosistemas, especialmente aquellos capaces de absorber CO2, y seguir acelerando la migración a la electromovilidad en el transporte son otros dos ejes clave.
Chile es hoy una referencia global en materia de esfuerzos por combatir los impactos de la emergencia climática, con avances en la transformación de su matriz energética y también a nivel regulatorio. En ese contexto, su industria de la celulosa y el papel es una de las que más tiene que aportar a la lucha climática.
Alrededor del 95% del impacto medioambiental de la cadena de valor del sector de la celulosa se produce por el uso de la tecnología a lo largo de todo su ciclo de vida. Por esta razón, es imprescindible transitar hacia un enfoque centrado en el desarrollo de I+D, invirtiendo en equipos y productos a base de materiales renovables que reduzcan el consumo de agua, energía y materias primas.
La estrategia industrial del sector está apuntando hacia la optimización del uso de las materias primas y recursos hídricos, la gestión de los residuos en los procesos productivos, la eficiencia energética y la carbono neutralidad. No basta con esfuerzos puntuales, necesitamos de la integración de todos los procesos de la cadena productiva en un enfoque sustentable. El gran desafío es aumentar los esfuerzos y que estos se multipliquen.